Romina de la Sotta (aka Rosita de la Motta o “adelantaita”) hoy es periodista de la sección cultural de El Mercurio, pero durante gran parte de la década pasada fue la estratega comunicacional del colectivo que dirige el Gran Guaripola Guachaca.  Aquí cuenta cómo se vio involucrada en la organización.

El 2001 fue la primera vez que tuve contacto directo con la Fermentación Guachaca. Debía ir a una conferencia que daría Dióscoro Rojas en el restorán El Hoyo, para hacer una nota en el fenecido diario El Metropolitano, cuya relación con los móviles debe haber estado medio mala, porque al final llegué al restorán como tres horas tarde. Y ahí, entre toneles de chicha y rodeado por un fuerte aroma a pernil, seguía Dióscoro Rojas.

Lo saludé y me invitó un vaso de chicha. Me contó que los Guachacas iban a construir un muro en Plaza Italia, para protegerse de los cuicos. Le pregunté si era en serio y me dijo que sí, mostrándome a la ingeniera alemana que estaba a cargo de la tarea. Era una gringa regordeta y de mejillas muy rojas, que daba vueltas como pirinola en medio de la gente. En realidad, era una turista que estaba en el lugar o la amiga de un amigo de un amigo. La cosa es que, al día siguiente, en todos los diarios estaba la noticia del muro. Y me di cuenta de que el líder más creíble era Dióscoro.

Por supuesto que había visto La Negra Ester, con todo mi curso del Liceo 11, y claro que me había impresionado que existiera una obra de teatro en décimas. Ahí supe que los artistas no eran solamente Violeta y Nicanor Parra, también estaba el Tío Roberto, un hombre que revolucionó la dramaturgia nacional, habiendo llegado a segunda preparatoria no más.

Por eso, cuando supe que Roberto Parra era el primero de los Guachacas, no me quedó otra que ponerme ojo al charqui, esperando mi chance para militar en tan empeñosa anti-organización que nació por la simple y llana razón de que tres personas se indignaron porque no habían sido invitados a la Cumbre de Presidentes de 1998.