Por Carlos Carvacho, Petete Guachaca
Ahora que se inicia la temporada de elecciones, inauguramos nuestra sección “Hablaron con la Fermentación un día”, en la que rescatamos entrevistas a exmonarcas publicadas en el fenecido pasquín El Guachaca. Empecemos con la reina 24/7, la gran Scarleth Cárdenas.
—Cuando la despertamos con la noticia de ser candidata a Reina Guachaca, ¿se imaginaba que iba a ser así de movido?
—¡Nunca! De hecho, la noticia me sorprendió en pijama. Nunca me voy a olvidar. Estaba durmiendo y empecé a recibir mensajes por Twitter. Así que partí con cara de almohada a comprar el diario al quiosco de la esquina y me encuentro con la noticia. Ni siquiera en ese minuto dimensioné lo que se me venía encima. Lo más lindo creo ha sido el cariño de la gente, que he recibido en garrafas. Ha sido impresionante. Una hace su trabajo de la pantalla pa’ dentro y no se imagina que al otro lado hay tanto afecto. A veces estoy en una situación seria y la gente me dice “¡reina!” Voy a comprar en la peor de mis pintas y en todas partes alguien te trata con cariño.
—¿Su vida cambió después de salir elegida Reina Guachaca?
—¡De todas maneras! Mi vida tiene un antes y un después. Siempre digo que NUNCA había tomado más pipeño como ese año. ¡Y lo digo con orgullo! Porque tomé pipeño del bueno, no cualquiera, pueh.
—¿Qué impresión tenía de los guachacas antes de pertenecer a nuestra monarquía?
—Me imaginaba a chilenos felices todo el año. Y así es, no tengo una percepción distinta. Pero también me encontré con tradiciones súper arraigadas y que los guachacas se encargan de despertar en todos los rincones. Es lo que más me gustó. Ese Chile más íntimo, más cariñoso, que a veces dejamos olvidado por el trabajo, por la tensión, por lo que sea, y los guachacas están para eso, para que nunca se apague esa lucecita.
Scarleth, en una de sus múltiples actividades como soberana.
—¿Cómo la han tratado los cuicos? ¿Ha tenido que combatirlos mucho?
—No fíjate, hasta los cuicos se rinden a los pies de los Reyes Guachacas. Me da un poco de risa, porque ellos no tienen ninguna corona que se parezca a la nuestra. Nos van a envidiar toda la vida por no haber sido pioneros en esto. ¡Nosotros la llevamos! Los cuicos se quedaron atrás hace mucho rato.
—A penas asumió su reinado, Ud. adoptó como el lema ser la Reina de las Regiones. Y cumplió, porque nos pudo acompañar a un montón de lados. ¿Se siente satisfecha?
—Tenía un poquito de susto de no poder cumplir, por razones de trabajo, porque soy una obrera nomás, periodista de cuneta, respondo a mi jefe. ¡Pero se pudo! Pude estar en Arica, Antofagasta, Copiapó, en tantas partes, ¡hasta en Purranque! Nunca pensé que iba a poder ir a la tierra donde nací. Recorrí un montón de lugares de Chile acompañada por Dióscoro. Y el Guaripola la lleva, no pasa desapercibido por ninguna calle. Aprendí muchas cosas de él y de los guachacas. Siempre me he considerado una persona humilde, pero he recibido lecciones de mucha más humildad, de pueblo, de tradición, de un montón de cosas que se quedan conmigo, que no se van nunca más.
—¿Qué es lo que más le costó hacer en su reinado?
No te puedes imaginar lo tiesa que soy. Desde que estaba en el colegio y me obligaban en educación física, no había bailado cueca. ¡Menos subirme a un escenario a bailar! Tuve que aprender a seguir el paso muuuuy particular del Guatón Salinas y de Dióscoro Rojas, que no es cualquier cueca.
Scarleth y su rey.
—¿Y cómo le salió su rey?
—De lo más lindo que me ha pasado, una gran persona. De una timidez impresionante. Ninguno de los dos somos cancheros. Si podemos pasar piola, mejor. Sin embargo, nos hemos acomodado a las circunstancias y nos hemos tomado todo para la risa. A veces, doblados como churros, hemos cantado la canción nacional y tratado de bailar cueca y no nos ha resultado, pero nos matamos de la risa. En Antofagasta, terminamos sentados en un sillón, conversando hasta las cinco de la mañana sobre nuestras vidas. No solo descubrí a los guachacas, sino también un amigo.
—Un amigo con el que se dio hartos besos…
—¡Jajaja! Algunos besos que hacen que los cachetes se me pongan colorados. Ya, lo voy a decir: tanto lo quiero que hasta fui capaz de darle un beso en la guata. Igual, como desquite, hice que se desordenara un poco. La señora no me lo va a perdonar nunca. En Antofagasta, lo hice darse un beso con lengua con la reina de allá y con uno que otro alcalde.
—De todas las fiestas en que participó, ¿hay alguna en que lo pasó mejor?
—Lejos hay en una en que me reí demasiado. Fue en alguna liturgia guachaca, cuando llegó el momento de cantar la canción nacional. No teníamos pañuelo, pero a mí alguien me pasó uno y el Guatón agarró un colalés que tenía en el bolsillo, que le había pasado una guachaca entusiasta, con su nombre y teléfono. No me voy a olvidar nunca de que era amarillo. Y el Guatón lo levantó y ¡cantó toda la canción nacional con el colalés en la mano, como pañuelo! No podía parar de reír. Nosotros, con el mayor de los respetos por el himno nacional… Pero el colalés también es parte de Chile, la picardía de esa mujer, la osadía de esa mujer que se llamaba… Camila. Lo único que sabíamos de ella era que se llamaba Camila y que teníamos su celular. Y yo le preguntaba al Guatón: “¿Era buena o no era buena? Y el Guatón decía: “¡Ni siquiera me di cuenta!”.
—¿Qué recomendación les daría a las chiquillas que buscan sucederla?
Siempre dije que el primer requisito es tener el corazón grande. Y eso hay que demostrarlo todos los días. El chileno es muy pillo y se da cuenta cuando le están mintiendo. Esto no es una venta de pomada de un mes de campaña. ¡No! Ser guachaca es un testimonio de vida. A aquella persona que lleve como estandarte a los guachacas se le va a notar en los ojos porque tenemos un brillo especial. Somos felices con pequeñas cosas. Y tienen que ser hasta el último día humildes, como una sopita de pan. Los reyes guachacas lo son toda la vida.