Es nuestra convicción y así lo dejó demostrado la última versión, el sábado 11 de mayo en la Estación Mapocho. Aquí le damos nuestros argumentos.

 

Los cuicos decían que estábamos acabados, que esta cuestión ya fue, que pasó de moda, que no éramos capaces de convocar a nadie a la Estación Mapocho, más aún en estos días, en que los “tiempos mejores” están guateando, en que la gente anda saltona, alegona y sin plata. Pero se equivocaron. Entre 2.500 y 3.000 personas (aún estamos contando) respondieron a nuestra invitación.

Sin embargo, el número de entradas vendidas no es lo que más nos importa. Lo principal es que nuevamente hicimos que miles de personas bailaran a rabiar cueca, cumbia y bolero (y hasta ska, este año), en una pista de baile tan magnífica como es la Estación Mapocho engalanada de fiesta. Qué gusto daba ver los cientos de pañuelitos dibujando piruetas en el aire al son de Los Nogalinos, a las parejas regaloneando mejilla contra mejilla durante un bolero del Trío Inspiración y los trencitos humanos zigzagueando entre las mesas, impulsados por las guitarras eléctrico-cumbiamberas de Los Viking’s 5. Incluso aprendimos a desenfrenarnos al estilo de la 22 Hinchada al final de la fiestoca, cuando tocaron los Guachupé.

Un reconocimiento también a todos los chiquillos que trabajaron en las barras y cocinas, y en toda la producción tras bambalinas. No lo habríamos hecho sin ellos.

Otra cosa que nos enorgullece es la diversidad etaria que logramos convocar. Había de todas las generaciones posibles sacudiéndose en la pista (salvo niños y guaguas, porque este es un evento para mayores). Y nos fijamos que ocurrió algo muy bonito: como el 12 era el día de la madre, mucho lolo y lola invitó a la suya a la Cumbre. ¡Qué mejor triunfo que ese!

Un fenómeno adicional que se da en estos eventos guachacas, y el último no fue la excepción, es que la gente toma bastante copete, para qué andamos con cosas, pero no hay ningún curao dando jugo. Los guardias no reportaron ni una sola pelea de borrachines pesados ni acoso alguno. Eso confirma que el verdadero guachaca toma para pasarlo bien, con límites, no como los cuicos que se hacen tira el hígado y ebrios andan dejando la mansaca.  

Todos salieron de la cumbre amigos, con las caras llenas de risa, cansados de tanto bailar (¡fueron siete horas de sandungueo!, solo para atletas del ritmo), pero con el corazón continto, señor, continto. Eso hoy no lo consigue cualquier fiesta.

La llegada de los reyes siempre es un punto alto en las cumbres.

En resumen, el show estuvo bueno. Nuestros platos de la casa (Trío, Nogalinos y Viking’s) demostraron por qué los queremos cada año de vuelta. Los Guachupé le pusieron un power adicional a su explosivo cóctel de ska y rock (Tomás Maldonado, el vocalista y guitarra, nos contó que la Estación Mapocho fue el primer gran escenario donde lograron tocar, allá por el año 2002, en el contexto de un festival de bandas organizado por Balmaceda 1215 y, desde entonces, nunca habían vuelto, así que fue como regresar a “tu propia cancha”). Los reyes 2019 prodigaron todo su ángel. Le cantamos cumpleaños feliz a Condorito. Juan Javier de Loncomilla, un regalo para las mamás, sedujo con sus movimientos.

Pero, insistimos, lo más importante fue el ambiente.

Al final, el brillo lo hace el público y tenemos el convencimiento de que el nuestro es el mejor público de todos: el más amable, el que baila mejor, el que sabe chupar, el más tallero, el más inclusivo… Los amamos, cauros. La última cumbre nos llenó de renovados bríos. Ahora queremos puro organizarles más fiestas lindas para que vuelvan a sorprendernos con lo bien que se portan donde hay que portarse bien (porque donde hay que portarse mal, los guachacas dictamos cátedra).