Aunque no lo dijo con esas palabras exactas, nuestro socio en la campaña Un Calzoncillo Largo pa’ Chilito 2019 reconoce que el cuiquerío es el gran obstáculo para lograr la integración social. Y reveló que sabe hacer patas de chancho.
El pasado martes 9 de julio ocurrió un milagro: Dióscoro Rojas figuraba a las 8 de la madrugada en La Vega Central, totalmente despierto, y no es que se nos quedara toda la noche afuera. ¡Se levantó a las 7 para llegar puntual! Lo que no habíamos logrado hacer en años lo consiguió el ministro de Desarrollo Social y Familia, Sebastián Sichel, que quiso llevar promover la campaña Un Calzoncillo Largo pa’ Chilito en la Meca de las verduras, aprovechando que Lucho Jarra y los cabros del Mega iban a estar por allá transmitiendo en vivo.
La verdad es que el ministro Sichel se ha tomado a pecho nuestra tradicional recolección de ropa interior abrigada para compipas sin casa. De hecho, ahora la campaña es nacional gracias a que el ministerio se puso con sus oficinas regionales como puntos de acopio (ver direcciones aquí). Aprovechamos de interrogarlo.
—Ministro, ¿qué vieron en Un Calzoncillo Largo pa’ Chilito, que le han puesto tanto color? ¿Algún fetiche con los churrines?
—Vimos algo que es básico: que las formas más efectivas de ayudar son las más simples. Además, aquí hay dos cosas conectadas: uno, la idea de que la solidaridad no es algo que se construye de la elite hacia abajo, sino que la construimos entre todos. Muchas veces la solidaridad parece que solo pueden ser solidarios los que están arriba y nos olvidamos de que nuestro gran atributo como chilenos es el compañerismo, la idea del compipa. La segunda cosa es que abrigar con algo tan básico como un calzoncillo largo es una manera de entregar cariño.
Un cafecito en La Vega.
—Mucha gente piensa que las personas viven por opción en la calle y, por lo tanto, que se las arreglen solitas. ¿Es un mito?
—Hay catorce mil personas viviendo en la calle en Chile y uno podría dividirlas en tres tercios: un tercio está en la calle porque perdió son vínculos con la familia, con los porque se mandaron alguna embarrada o algo les pasó en su vida y se fueron a la calle como una forma de desconectarse, pero si tú los revinculas, van a salir de la calle porque no quieren estar ahí. Hay otro tercio que está por pobreza, simplemente porque no tienen para pagar un arriendo, comida, y es más barato en la calle. Esa gente es súper recuperable. Y efectivamente hay un tercio que se llama “calle dura”, que vive ahí por una opción de libertad, pero muchas veces esa libertad tiene que ver con un déficit gigante que tenemos en Chile: la salud mental. Son personas con alguna patología mental no tratada (esquizofrenia, personalidad borderline, bipolaridad) o con adicciones a drogas o a alcohol y, por lo tanto, si bien no quieren volver a un lugar, es más bien porque algo los tiene atrapados en la calle y hay que tratarlos in situ para recuperarlos. O sea, en realidad nadie está en la calle porque quiere. Piensa lo que es pasar una noche con dos grados bajo cero en la noche. A nadie le gustaría. El punto es cómo lo rehabilitas y lo que ha probado ser más efectivo en el mundo son las casas compartidas, donde aún puedes conservar el grado de libertad que buscan algunos.
—¿Se refiere a eso que querían hacer de arrendarles casas a grupos de personas que están viviendo en la calle? ¿Cómo les ha ido?
—La campaña se llama “Un techo primero” y ya la empezamos. Para que veas lo loco que es Chile: tenemos la plata, hemos hecho el trabajo, pero lo que más nos ha costado es encontrar propiedades para arrendar. Está bien estudiado que la mejor forma de sacar a una persona de la calle es dándole un techo primero. Antiguamente se creía que había que empezar por rehabilitarla o darle pega, pero lo más importante es tener dónde alojarlos porque eso les da un sentido de pertenencia que los hace mejorar su vida. Pero nos ha costado mucho que gente quiera arrendar su departamento con este fin.
—¿Piensan que no van a pagar?
—No, porque el Estado paga. Piensan que van a ensuciar, que tienen malos hábitos. No se dan cuenta de que estos modelos de integración social son los que mejor les hacen a las personas en situación de calle y que es mucho mejor para el entorno donde viven que todos tengamos buenas condiciones de vida.
—Como las torres sociales en Las Condes…
—Lo mismo. Yo creo que ahí hay una cosa, que también tiene que ver con la campaña guachaca, y que es la máxima de este ministerio: la integración social. Somos un país con un problema de cohesión social, donde a la gente le gusta sentirse diferente, exclusiva, que no somos todos iguales… Uno de los grandes dramas de Chile es que nunca tuvo nobleza, entonces la gente se inventa formas para distinguirse, títulos nobiliarios propios, cuando en realidad somos todos iguales. Tenemos una discusión que pendiente sobre cómo integrarnos de mejor manera. Y yo creo que la respuesta pasa por lo que hacen los guachacas: revalidar la cultura popular, esa forma de conectarnos donde todos somos iguales. La dignidad es una de las pocas cosas que se reparten justamente entre todos los ciudadanos, pero hay gente que prefiere hacerse la lesa.
—¿La convivencia funciona cuando comparten una misma casa?
—Tiende a funcionar. Yo he trabajado muchos años con gente en situación de calle, como voluntario. Tuve un ahijado mucho tiempo, Lucho Reyes, que cantó hasta en mi matrimonio y que vivió en la calle mucho tiempo. Y él volvía a la calle muchas veces porque ahí tenía a sus amigos. Al final, como esto es acerca de la sobrevivencia, más que peleas, lo que se genera en la calle es un sentido de comunidad y ayuda mutua gigantes. Ayer estuve con don Jaime, que vive en la calle con un amigo peruano, y ellos dos me decían lo mismo: “No puedo vivir sin él. Si se pierde, no estoy”. Porque la simbiosis de la sobrevivencia es muy importante: se acompañan, conversan, uno busca alimento mientras el otro busca abrigo…
Despacho en vivo para el matinal de Mega, el pasado 9 de julio.
“LO MÁS COMPLEJO DE SER MINISTRO ES QUE TE TRATEN COMO MINISTRO”
—Ministro, la durazno, ¿usted tiene antecedentes guachacas?
—Todos los sábados de mi vida me abastezco en el Matadero. Con mi hijo voy a comprar carne, verduras y me doy una vuelta. Soy de la chicha, el chancho y el chaleco, esa es mi forma de vida. Me gusta harto la cultura popular en general. Soy más del volumen que de la cosa siútica. Soy muy patachero y me encanta cocinar. En el Matadero compro una pata de chancho y la hago entera. Hasta hago conejo escabechado. Trabajo con guachi y los cocino yo. Me encanta la vida guachaca, disfrutar. Mis papás eran hippies. Me crie en una carpa en Horcón y después viví en una casa tomada en Concón hasta los once años. Me vine a Santiago cuando mis abuelos me rescataron de esa comunidad. Pero me pasa una cosa: siempre vuelvo a ser el mismo que era cuando cabro chico, un guachaca. Obviamente me ha ido bien en la vida, pero mi vida es exactamente igual que antes. Me hace feliz lo mismo que antes.
—¿Cambia mucho la vida como ministro?
—Cambia la agenda, pero no mi vida cotidiana. Lo más complejo de ser ministro es cuando la gente te empieza a tratar como ministro. Como que te tratan de manera distinta y uno está acostumbrado a ser el mismo de siempre. Yo sigo haciendo las mismas cosas, sigo yendo a la Batuta las veces que puedo, me arranco a carretear, o sea, hago la vida que puedo hacer.
—¿No hay que seguir ciertos protocolos para mantener la dignidad del cargo, Seba?
—Trato de no hacerlo. Este invento de que las autoridades merecen un trato distinto es una cosa como de la siutiquería ABC 1. Entrai a la Moneda como Sebastián y te vai como Sebastián. Uno es una sola persona. Mi vida es así y va a seguir así hasta que muera.
—Pero, en cuanto a responsabilidades, debe ser un cambio sideral, ¿o no?
—Obvio, uno está en una pega súper importante, pero prefiero que a uno valoren por lo que hace y no por el cargo que ejerce. Puede que sea una cosa generacional, pero, más que “ministro”, quiero que me digan: “qué bueno lo que hizo por mí”.
—¿Y ya tiene cachado cuál es la clave para hacer bien las cosas en el Ministerio?
—La única forma de aprender a hacer bien la pega es recopilando evidencia real, lo que no se hace de un escritorio. Hay que estar en la calle para hablar con gente de la calle. He salido tres veces a hablar con gente de la calle, a algunas con medios y otras solo. La otra vez me decían: “oye, tienes que hacer cosas con la clase media, ver el partido con gente de la clase media”. Yo les respondí: “Voy a ir a ver el partido a la casa de mi mejor amigo. Vive en el 23 de la Florida, Villa El Alba. No necesito que me digan dónde verlo”. Me gusta mucho seguir haciendo esas cosas porque te conectan con la pega que haces. Para lograr la integración social, uno de los grandes desafíos es permear a la elite, de izquierda y derecha, en todos los lugares, porque es la forma de darle diversidad a la cultura política. Por eso quiero seguir siendo el mismo. Si pierdes esa autenticidad, te transformas en alguien que se aleja de la vida real y ¡fregaste! porque no puedes hacer bien la pega. Te transformas en alguien que vive en una burbuja.
—Aparte del pasado hippie, ¿eso viene de alguna cosa religiosa? Usted es un ex demócrata cristiano…
—No, viene de una vida muy libre. Yo he estado alimentándome de choritos que sacaba de Horcón y comiendo en los mejores restoranes de Santiago. Esa experiencia es la que le da valor a mi vida profesional, no los títulos. Insisto, estoy un día en la Moneda, en una reunión bilateral con el presidente, y a los dos minutos terminé y me fui al paseo Bulnes a tomar un shop con unos amigos del colegio, que uno se había quedado sin pega. Las dos cosas son igual de importantes para mi trabajo.