Desde tiempos inmemoriales una disputa culinaria ha dividido a la sociedad chilena: ¿son mejores los dulces de La Ligua o los de Curacaví?

Esta semana los primeros se anotaron un gol. Los cachitos, chilenitos y empolvados liguanos se sumaron al registro de Patrimonio Cultural Inmaterial de Chilito, en una ceremonia en la que el Ministerio de las Culturas les entregó un certificado y todo a los dulceros.

Pero ¿qué es esta cuestión que suena medio esotérica? Según la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, son “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas que las comunidades, los grupos o individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”. Se transmiten de generación en generación y les infunden un sentimiento de identidad y continuidad a las comunidades.

En este caso, la denominación abarca tanto la fabricación de los pastelitos como la forma en que sus vendedoras los ofrecen con su característica vestimenta y canasto.

Esta fotito del Indap muestra a Violeta Osses en el kilómetro 147 de la 5 Norte.

 

A la fecha solo hay otros dos patrimonios comestibles entre los cuarenta y tantos existentes: las tortillas de rescoldo de Laraquete y el pan minero de Lota, así que realmente es un tremendo honor (otros patrimonios inmateriales son, por ejemplo, el oficio del organillero, el circo chileno, la fiesta de Cuasimodo y los componedores de huesos de Tirúa).

Más encima, los dulces de La Ligua ya tenían un “sello de origen” desde 2014, año en que el Estado financió una investigación sobre esta tradición.

Obviamente que los dulceros andan como pato de silabario. El presidente de su sindicato, Juan Villalobos, dijo en la ceremonia que es “un tremendo orgullo” que la labor que cumplen sea reconocida en todo Chile. “Nos transformamos en embajadores de nuestra cultura”, declaró. También metió la cuchara David Plaza, de la Asociación de Fabricantes de Dulces de La Ligua, quien valoró el esfuerzo para que no se pierda “la cadena de la historia y podamos mantener nuestra identidad”.

 

AMARGA CONTROVERSIA

Casi de inmediato los “curacavistas” saltaron en las redes escribiendo que los dulces liguanos son más secos que piojo de peluca, que lo “inmaterial” se refiere al contenido de manjar, que comerlos puede producir silicosis porque son puro polvo, etc.

Algunos entendidos en golosinas artesanales señalaron que es cierto que a veces uno se topa con un cachito que solo tiene manjar en el extremo visible, mientras que adentro está más vacío que billetera a fin de mes. Esos malos exponentes suelen venderse en la carretera. Para probar de los buenos hay que adentrarse en la capital del chaleco y comprar de la fuente misma, es decir, de una fábrica como Dulces Elba o Dulces Patricia.

 

¿DE DÓNDE SALIERON?

Cuentan que fueron las monjas agustinas las que trajeron la receta desde España en tiempos de la Colonia. Los producían y vendían para parar la olla de un convento que tenían en la zona. Su gran secreto era cómo lograban conservarlos por más tiempo de lo normal. Otra versión asegura que los dulces provienen de un claustro en Copiapó y que fueron llevados a La Ligua por una familia que emigró del norte a fines del siglo XIX .

La cosa es que fue en esos años que empezaron a popularizarse gracias a la llegada del tren: los vendedores de dulces cacharon que podían subirse a los vagones a ofrecer sus productos. Después la venta se trasladó a la carretera 5 Norte.