Por Emilio Antilef
Como toda ciudad que se precie de puerto, la vida bohemia es parte esencial del Valparaíso que ha mantenido contra viento y marea sus historias con sabor a vida, fiesta, curaderas, bailoteos, romances prohibidos, contrabandos varios y leyendas de héroes y choros de todo nivel. Todo eso brillaba con especial fulgor en el sector de plaza Echaurren, donde, en medio de laberintos, callejones y pasadizos entre Errázuriz y otra plazuela llamada San Francisco, se extiende una vía de no más de siete cuadras que brilló con sombras y luces propias en el Valpo de días pasados. Esa es la calle Clave.
Ya su nombre sugiere que puede ser perfectamente una clave para entender este extraño desafío a la lógica y a la tragedia en que se convirtió nuestro puerto principal. En el asfalto de calle Clave pervive el vestigio de noches de música, cantinas y garitos clandestinos donde la noche se prolongaba en húmedos subterráneos, solo para valientes y conocedores de la dinámica de un puerto donde el viento sopla fuerte y, como dice la canción, amarra como el hambre.
La Clave giraba en torno a ese cerro San Francisco que hoy apenas tiene algunos milagros arquitectónicos en pie y que son los que vieron el mundo y submundo que se fue tejiendo en esta calle que inspiró a artistas como Lukas y a escritores como Joaquín Edwards Bello, autor del clásico guachaca titulado El roto. Era la calle favorita de estibadores, comerciantes navieros y empleados de bahía que encontraban ahí un lugar para el recogimiento. Por lo menos ese recogimiento que se puede hallar al calor de copas, mujeres de rouge brillante y vendedores de lo imposible, como los que solían frecuentar las varias cantinas y lugares para “libar”, según narran los cronistas.
Era sector de guapos. No recomendable para menores. Perfecto para guachacas de ese ayer que aún merodean en esta franja donde las lenguas buenas y malas concuerdan que se acuñó la expresión “andas con la caña”, porque en los bares de la Clave se acostumbraba a servir no en vasos, sino en cañas. Entremedio, los historiadores y habitantes del puerto viejo cuentan que incluso existían fumaderos de opio y recintos en que la comunidad china tenía sus movidas clandestinas de apuestas, incluidas esas que fomentaban desenlaces con buenas peleas.
El comercio sexual era evidente en calle Clave: desde picadas con menores de edad hasta espacios de travestismo. Así de sanito era el ambiente en que el puerto creció y cambió entre temporales y terremotos que no pudieron llevarse la leyenda que se teje en torno a Clave. Hoy nos puede parecer hasta inocentón y quitado de bulla al lado de lo que aquí transcurrió hasta la década del 60, cuando las calles Brasil y Blanco se fueron adueñando de la bohemia con recintos con mayor capacidad y glamour que los que se escondían en Clave. Pero si Valparaíso tiene barrio chino, se debe a esta calle que aún se erige digna y que más de algún compipa debe recordar y transitar con una buena dosis de nostalgia.