La calle Bandera no sería lo mismo sin tener a este embajador de sabores, cantidades, curaderas, olores y carnes de jugoso chancho como es el Ciro’s Bar. Hoy incluso luce dotes de agrandado. Como todo cabro bueno que le va bien y crece y se estira, el Ciro’s abrió capilla en otros lares subidos de pelo, pero en Bandera 220 sigue brillando su catedral. Es decir, como el monumento a la cocina urbana guachaca, jugosa y palabreada que ha llegado a ser.
El Ciro’s no es bueno para reuniones de etiqueta ni jornadas familiares de cajita feliz, aunque usted puede ir con quien quiera en realidad, pero sepa que aquí se dan cita las buenas conversas, las confesiones de barra, la experiencia de esos sabores que se engullen para dejar las manos algo aceitosas, por decir lo menos .Y para tomar, esta fuente de soda, de esas que hacen agua las papilas, es sencillamente la representación nacional diplomática de la causa de constitucionalizar el cola de mono, ya que aquí va a encontrarlo SIEMPRE, en su composición más helada y perfecta, que promete estar en la carta mientras el local exista.
Otro detalle exclusivo del local de Bandera es la ambientación decadente de estética sesentera, la década en que se hizo famoso este templo de platos demasiado únicos como el sándwich de pierna en marraqueta, que con los años mantiene su esplendor. Desde la época de sus fundadores italianos, esa delicia hecha de pierna de porcino (uno puede gozar verla rezumando como si fuera el principal espectáculo de esa barra), de aroma contundente por donde uno la tome, servida en trozos abundantes con una mayonesa que debiera ser patentada por sus niveles de ricura.
El cola de mono es capítulo aparte porque ni el Baileys que se vende caro en supermercados se compara con este brebaje que en el Ciro’s siempre brilla en esas jugueras de estilo antiguo que en Bandera todavía mecen la mezcla aguardentosa para que usted se la lleve a la casita. Es de compipa que el cuerpo o la entraña pidan una caña de elixir aunque no sea navidad, costumbre que aún no adquieren los más finolis, por mucho que el Ciro’s tenga nueva ramificación. Es que estos hábitos no se expanden de la noche a la mañana, como tampoco la insuperable manera de servir y mezclar aquí una pichanga. Si más que pichanga, parecen partido premium, por su contenido y el servicio.
La decoración, el griterío de los que han excedido la dosis razonable de licor y el olor bien efervescente de fuente de soda se complementan con lo hinchadito de placeres que uno queda tras zamparse caldos, crudos y cañas y dejar la corbata afuera. Ideal es el horario de crepúsculo, cuando el espacio está menos ajetreado que al almuerzo. Pero, a la hora que sea (hora decente, por si acaso), uno sale pagando precio suave en relación con lo bueno que es para el paladar este restorán que la familia Bouzo mantiene al pie de cañones y movimientos varios en el corazón de la ciudad.