Por Emilio Antilef
De la Tinita se puede hacer un poema, una elegía, una canción o una crónica que apenas puede contener a esta dama que empezó su carrera gastronómica desde su origen más humilde en la venta voceada a grito en plena calle, que de repente se acerca en los años 70 a un don Francisco que le abre una puerta de fama y la dama se encumbra al estrellato por ese amor al buen comistrajo, por esa devoción a ensalzar el sabor más simple, más guachaca, y volverlo gloria
Ese es el legado de doña Agustina Gómez, que fue encontrando el camino para que una mujer del mundo rural se codeara con lo mejor de la cocina internacional gracias a su particular manera de ir armando buenos causeos o de darle honor a platos tradicionales como el pastel de choclo y el arrollado huaso. Todo lo hacía desde aquel lugar donde literalmente el diablo perdía el poncho, pero en los cerros de lo Barnechea. Por mucho tiempo estuvo lejos del mundanal ruido de la ciudad, pero muy pronto, gracias a las voces que fueron pasándose el dato, el espacio escondido en las cumbres se hizo popular. Y la fama de Doña Tina también, en la medida que iba patentando sus sabores, como esas perfectas y jugosas plateadas con las que animaba eventos, y participando de todas las beneficencias populares posibles, pero también de las galas que sencillamente eran un premio a su tenacidad y a esa potencia épica de quien no reniega su origen guachaca y hasta es capaz de exportarlo al mundo entero.
Peregrinar por los senderos de tierra del Arrayán hasta su restaurant era un deleite porque se sabía que al alcanzar la meta el hambre sería saciada con sabores fieles a la chilenidad más rústica cuajada en hornos de barro. Con solo asomar la nariz, ya te atendían con rápidos y generosos tentempiés que ponían en ridículo a cualquier cosa que supiera a comida rápida, a mall o a estrecheces.
Así atendía Doña Tinita, que contaba su historia —que llegó hasta los 82 años— a quien se diera el tiempo de escucharla, con la estatura de los grandes. Aunque la calidez de su mano ya no nos acompañe desde este marzo, su nombre nos seguirá acompañando, convertido en leyenda y en toda una marca registrada de cocina chilenaza y republicana que trasciende edades y gustos.