¿El pisco es chileno?

¿El pisco es chileno?

Hace años, una disputa sacudió la escena etílica nacional. La causa: la paternidad del terremoto. Dos tradicionales tugurios capitalinos, El Hoyo y La Piojera, juraban haber mezclado por primer vez pipeño, helado de piña y fernet. La balanza de la verosimilitud al final pareció inclinarse hacia el dueño de El Hoyo. Sin embargo, ¿quién puede asegurar que él fue el primero en mezclar los ingredientes que intoxican a tantos chilenos cada año en fiestas patrias. En el local que uno pregunte, es probable encontrar a supuestos inventores del brebaje. Incluso te pueden decir el día, la hora y el calzoncillo que llevaban puesto cuando se les ocurrió.

Actualmente hay otra disputa alcohólica en curso, pero que cruza fronteras y que podría tener consecuencias económicas mucho más importantes: el origen del pisco. Chilito y Perú se lo pelean. Nuestros primos del norte dieron el primer golpe. Según explica el reconocido piscólogo Pablo Lacoste en su opus El pisco nació en Chile, el otrora virreinato puso en marcha un plan para expulsar de los mercados mundiales al pisco chileno, aduciendo que es una falsificación del peruano. Según sus estrategas, sería lo mismo que el oporto de Brasil, el burdeos de Talca y el champagne de Mendoza, meras copias de productos famosos que surgieron en la segunda mitad del siglo XIX para cubrir el nicho que quedó libre tras la plaga filoxera, que destruyó cuatro millones de hectáreas de viñedos en Europa.

El plan de los peruanos es reclamar la denominación de origen primero en de Asia, para luego seguir con Europa y nuestro continente, de modo tal que en todas partes le cierren las puertas al pisqueli chilensis. Y ojo, que el año pasado ya tuvieron una tremenda victoria en India. Tras un juicio de nueve años, el país con más de mil millones de potenciales alcohólicos reconoció a los peruanos los derechos exclusivos sobre el pisco.

Pero, según Lacoste, los maestros del cebiche no descansarán hasta hacer lo mismo en Chile, para así evaporar al pisco chileno de la faz de la tierra definitivamente. ¿Se imaginan tener que beber piscola con pisco peruano? Probablemente la caña sea la misma, pero para la Asociación de Productores de Pisco AG de Chile no da igual. Y no se han quedado de brazos cruzados. Ellos alegan que el pisco chileno no surgió a fines del siglo XIX. Al contrario, se elaboraba en la Capitanía General de Chile desde la Colonia.

Tiempo atrás se encontraron documentos que fortalecen la posición chilena. Registros notariales y judiciales levantados en los inventarios de bienes del Imperio Español atestiguan que ya en 1733 los campesinos del valle del Elqui destilaban pisco. Y hace algunas semanas se dieron a conocer evidencias de su producción en Alhué (RM) en 1717. Son las pruebas más antiguas del mundo de elaboración de pisco, dice el responsable del último estudio, el académico de la Escuela de Ingeniería Civil Industrial de la Universidad de Valparaíso Cristián Cofré.

Junto a Daniel Stewart, estaba estudiando la evolución de la propiedad en el valle de Alhué cuando cachó que en 1717 se había realizado un inventario de bienes a raíz de la muerte de Bartolomé Pérez de Valenzuela, estanciero de Alhué y, entre la cantidad de cachivaches que dejó el finado, se hallaron veinte “botijas de pisco” en la bodega. Las botijas eran recipientes para almacenar y transportar destilado. En 1718 las mencionan de nuevo, cuando fueron tasadas. Ambos documentos están en el Archivo Nacional Histórico, en el Fondo de Escribanos de Santiago.

El papiro que encontró el profe Cofré.

 

Lo choro es que podría haber un vínculo entre el pisco de Alhué y el del Norte Chico, dice Cofré. Marcelino Rodríguez Guerrero, amigote y pariente político del dueño de la estancia Alhué, estaba en Santiago en 1717 e hizo tratos comerciales con su cumpa. Luego emigró hacia el valle del Elqui. O sea, capaz que se llevó algunas botijas y transmitió el concepto del pisco a esa localidad.

Ahora, más allá de lo bonita que sea esta historia, ¿es cuerdo pensar que un copete como el pisco haya nacido en un solo lugar, ya sea Perú o Chile? Después de todo, el pisco no es más que aguardiente de uva. En Bolivia a eso le dicen singani; en Italia, grappa. En todos lados hay algo parecido. Visto así, es una disputa incluso más insensata que la del terremoto. Aunque si le preguntan a los dueños de La Piojera y El Hoyo, capacito que se atribuyan la invención del pisco.

Mujer muere por celebrar el fin de la cuarentena

Mujer muere por celebrar el fin de la cuarentena

El domingo pasado, el gobierno turco levantó la cuarentena total por coronavirus que había decretado el 11 de abril y, como era de esperarse, miles de Onures y Sherezades salieron de una a llenar los pulmones con aire fresco. Fue el caso de Olesya Suspitsyna, una esforzada kazaja que había llegado hacía cinco años a la meca de las teleseries y que paraba la olla como guía turística. Libre al fin del enclaustramiento, la buenamoza de 31 añitos partió con una amiga al parque Duden, uno de los atractivos de la ciudad de Antalya, donde vivía. Es un lugar ideal para fotografiarse con cascadas y precipicios de fondo, así que, como buenas millennials, las loquillas se ensañaron con las selfies.

Tal era la alegría de reencontrarse con la madre natura y tantas las ganas de acumular likes que la bella Olesya no dudó en traspasar un cordón de seguridad que impedía que la gallada se acercara demasiado al borde de un abrupto acantilado. Le dio lo mismo. Ella quería que sus seguidores de Instagram la admiraran a centímetros del vacío, como declamando: “A mí ningún bicho me la gana. ¡Soy inmortal!”

La amiga acababa de hacer clic cuando la temeraria modelo de pronto resbaló y cayó desde 35 metros de altura. Horas más tarde, el equipo de rescate encontró su cuerpo sin vida al fondo de la quebrada.

Que la trágica historia de la pobre Olesya nos sirva a todos de lección.

Con información del Daily Mail

“Los actores de hoy no están preparados para hacer personajes”

“Los actores de hoy no están preparados para hacer personajes”

Una de las actrices chilenas con más carrete es bien crítica con el teatro actual. Acusa que las escuelas quieren puro lucrar y no sacar buenos actores. “¡Pero no soy una vieja amargada!”, advierte. Y no lo era, al contrario. Tenía claras sus ideas, que es otra cosa.

Si hubiera que elegir reina del teatro chileno, los guachacas no lo pensaríamos dos veces: le ponemos la corona a doña Bélgica Castro, quien a sus más de 80 años y con un extenso carrete teatral a cuestas, sigue requete activa (estelarizó Recta Provincia, sale en La vida me mata y está coprotagonizando Home, de David Storey, con Tito Noguera, en el Teatro Camino).

Premio Nacional de Arte, no sólo es seca sobre las tablas, sino que participó en el movimiento que transformó al teatro chileno allá por los años 40. Tenía 18 años y acababa de llegar del sure (Temuco) a la capital, a estudiar pedagogía en castellano. Por ese entonces, no existían escuelas de teatro. “Era muy común que cada escuela, de Leyes, de Medicina… tuviera su grupo de teatro”, recuerda doña Bélgica. Piedragogía poseía el suyo, el grupo Cadip, fundado años antes por Pedro de la Barra, un lolo veinteañero. “Hacían cosas muy buenas (para la comunidad estudiantil). Empecé a acercarme a ellos y a participar”, cuenta la actriz.

Cuando estaba en segundo año de universidad, a De la Barra se le ocurrió unir todos los grupos que andaban sueltos y así nació el Teatro Experimental en 1941. Esta vez querían mostrar el trabajo fuera de las aulas. “Pedro tenía la idea de hacer un teatro universitario que le devolviera al arte teatral su condición artística –cuenta Bélgica–. El que se hacía era muy comercial. Todo muy improvisado, imagínate que se usaba consueta, alguien que soplaba el texto. Fuimos el primer teatro con intenciones artísticas, es decir, con buenos textos, con buena dirección y con actores que se aprendían los papeles de memoria y ensayaban mucho”. Lograron contagiar ese buen nivel a los demás escenarios. “A mediados de los 40, ya no había ninguna compañía que tuviera consueta, por más rasca que fuera. Les daba vergüenza”, cuenta.

Debutaron con La guarda cuidadosa, un entremés de Cervantes, y una obra de Ramón del Valle Inclán. Las dos, en su castellano original. Para decidir qué obra montar y con qué director trabajar, los miembros del grupo (unos 18) estaban organizados en una asamblea y votaban.

“Las primeras funciones se hacían los domingos –continúa–, a las 10.30 de la mañana, porque a esa hora Lucho Córdova, un director de obras cómicas comerciales, nos prestaba el teatro Imperio. Primero fueron a vernos los compañeros nuestros y los gais, que siempre están atentos a lo novedoso. Pero después se fue llenando”.

Al principio, se financiaban con cuotas que ponían los mismos integrantes. Después consiguieron que Juvenal Hernández, el rector de la Universidad de Chile, autorizara una subvención. “Pero nadie ganaba nada. Si seguíamos siendo estudiantes”.

El año 54 tuvieron su propio teatro, el Antonio Varas, el primero universitario con temporada completa. Abrieron con Noche de reyes, de Shakespeare, y enseguida Doña Rosita, la soltera, de García Lorca. Prosiguieron con obras de autores nacionales, como Sergio Vodanovic y, obviamente, Alejandro Sieveking, quien sería el marido de Bélgica Castro. Hacían ocho funciones semanales, de martes a domingo. “Se empezó a llenar y a llenar. En fin, se consiguieron los objetivos, que eran tener un público estable y hacer teatro chileno de calidad. Hasta que vino el golpe”, remata.

“CARRETEÁBAMOS CON LECHE”

Doña Bélgica, ¿qué celebraría usted para el Bicentenario?

–Chile tiene mucho que celebrar. Que fuimos capaces de deshacernos de Pinochet. Hay que celebrar a nuestros poetas. Que la gente soporte la pobreza. Y bueno, me encanta ser chilena. He andado por todo el mundo y me gusta Chile, Santiago, el Cerro Santa Lucía, frente al cual vivo.

Usted es temucana. ¿Cómo se puede declarar fanática de Santiago?

–Me enamoré de Santiago cuando me vine a estudiar. Llegué a los 18 años y encontré que era una maravilla la gran ciudad. En ese tiempo, las diferencias eran mucho más grandes. No había semáforos en Temuco. Acá el asfalto brillaba por el paso de los autos. Había un gran surtido de películas, mientras que en Temuco teníamos solo dos cines. En el campo me aburro. Me gusta ir al cine, a los museos, y todo eso está en las grandes ciudades. ¡No me iría nunca a retirar al campo!

–¡No se nos retire! Oiga, si no existían escuelas por esos años, ¿quién los guiaba en tanta cosa que hicieron? ¿De dónde aprendían?

–Yo aprendí teatro sobre el escenario porque tuve muy buenos directores que vinieron del extranjero. Y los mismos compañeros que aprendieron a dirigir lo hacían desde el punto de vista artístico, con mucha exigencia. Teníamos que asistir a todos los ensayos, aunque uno no participara en la obra

–Eran recabritos cuando empezaron.

–¡La gente joven es la que tiene que hacer estas cosas!

¿Tuvieron que pasar muchas pellejerías?

–Yo vivía aquí con mi hermano mayor casado; no teníamos ni un centavo; mi mamá me mandaba a veces un billete de diez pesos dentro de un sobre, pero nada más; andaba a pie… Pero si tienes una vocación verdadera, nada te detiene. Además, era otro mundo. No había esta pasión por el dinero. Todo era más sobrio. Una andaba con el mismo vestido siempre porque solo tenías uno. Y el carrete en la universidad era quién había leído más cosas de Thomas Mann. Nos juntábamos a conversar o a leer en voz alta.

Pero con su copetito…

–No, fíjate que en el pedagógico se tomaba leche con vainilla todo el tiempo. Eso lo encontraba fantástico porque en Temuco no había leche con vainilla.

Así como le gusta ir harto al cine, ¿va también al teatro?

–Un poco menos, ¡porque veo cada cosa! Después no duermo. Pienso que he desperdiciado mi vida, que no merecía la pena sufrir tanto para que el resultado fuera ese.

¿Esa onda?

–Ahora no se respetan los textos, los actores no están preparados para hacer personajes. Los eluden. En general, improvisan. Y cuando hacen Hamlet, por ejemplo, le ponen “agregados”. Hamlet dice: “no, poh, hueón”. Y cosas así. Todo lo vulgarizan a la actualidad. En cambio, creo que el teatro es un vehículo cultural muy importante. Si tú ves un buen montaje de Ibsen, de Chejov, tu condición de persona mejora y ese era mi objetivo en la vida. Subir al escenario para que todo ese público que me viera saliera más sensible, mejor persona.

¿Cualquier público puede mejorar, o tiene que ser uno que ya venga con cierto bagaje cultural?

–Siempre hay que tratar. Si empiezas a entregarte, a hacer cosas más fáciles para atraer más gente, estás echando a perder al público. Es lo que está pasando. Hace tanto tiempo que no ven obras buenas, que aceptan cualquier cosa. Tienen miedo al arte, piensan que es aburrido porque lo han hecho aburrido. Este año hicimos El último encuentro, adaptación de la novela de Sándor Márai, en el Teatro Camino, en Peñalolén, en esos andurriales, en pleno invierno crudo, y estaba repleto. Y es una obra que no tiene garabatos ni desnudos, es pura actuación y la gente quedó fascinada. Ahora estamos haciendo Home, una obra inglesa muy bonita, y el público se impresiona y le gusta.

¿Los lolitos quieren hacer vanguardia al tiro, sin aprender primero lo básico?

–Lo básico es la técnica. En todo arte hay que dominarla. Primero tienes que saber hacer la silueta de la estatua griega y después puedes hacer lo que quieras. Pero hoy muchos actores no dominan la técnica. No saben hablar, no saben expresar, no saben tomar un texto e integrarlo a sí mismos, que es lo que hay que enseñar en la escuela. No tienen que aprender cosas raras. Tienen que aprender a hacerse responsables de un papel. Hacerlo creíble, aunque sea la obra más disparatada.

¿O sea, el nivel del teatro actual se debe a la educación maluenda?

–Sí. He hecho muuuuuchas clases de actuación. Hace un tiempo hice un semestre en la Católica, a un tercer año. Eran 18 alumnos, pero solo servían unos seis. Los demás eran muy malos. Pedí un consejo de profesores para advertir sobre la situación, pero me dijeron: “No hay nada que hacer, eso es lo que hay; no podemos ser más exigentes porque el año que viene vamos a tener dos cursos paralelos. Entra mucha plata con eso y, si no, la universidad nos va a cerrar”. Al final, los sacaron a todos bien, a pesar de que yo quería reprobar a al menos dos.

¡Qué chantas!

–Y fíjate que el año pasado me pidieron que hiciera clases de verso en la escuela de la Diego Portales, también a un tercer año. Eran once alumnos y el primer día deben haber ido unos seis. A la segunda jornada, dos. A la tercera, tres, y nunca los mismos. Para ver si alguna vez se juntaban todos, al mes fijé una prueba. Ese día no llegó nadie, así que me vine para la casa y redacté mi renuncia. Se armó un escándalo, me dijeron que tenía que ir, que ese curso era conflictivo porque se odiaban entre ellos, se tenían celos… Pero yo les respondí que así no se podía. ¿Cómo permiten que lleguen a tercer año personas demasiado conflictivas como para trabajar en grupo? La respuesta es: para que los papás paguen. Es lo único que les interesa.

¿Y las malas actuaciones no se deberán también a que las compañías tienen que estrenar algo rapidito para parar la olla y no hay mucho tiempo para ensayar?

–Sí. Es que hay muchas escuelas de teatro. A fin de año la oferta de actores es muy superior a la demanda. Por esa tentación terrible que es la televisión, la gente estudia teatro para salir en pantalla. Pero como uno es el que llega nomás, los otros se juntan y tienen que hacer obritas para mantenerse, para comer. Es terrible. Desde hace unos diez años a esta parte, las escuelas están llenas. Fíjate que en algunas universidades, la escuela de teatro es la que mantiene a las demás.

¿Y qué le parecen los textos actuales?

–Hay algunos buenos, pero también cosas muy malas. Hay autores que son muy personales, que están como divorciados del medio, del público que ellos quieren alcanzar. Mira, no quiero hablar de esas cosas porque lo más seguro es que la gente que lo lea diga: “¡Ah, la vieja amargada!” Pero yo tengo mi manera de pensar y sé que ha dado resultados, y todavía los da.

“YO NO PERDONO NI OLVIDO”

Doña Bélgica ha trabajado con cuanto director chileno conocido sea posible recordar. Pero quizás uno de los que más grabado le quedó en su cuore fue el legendario Víctor Jara. “Antes de que muriera, estábamos empezando a conversar el texto de La Virgen del Puño Cerrado –recuerda la actriz, para que él lo dirigiera. Estuvo almorzando en la casa el domingo 9 de septiembre…”

¿Le sigue doliendo?

–Todo el tiempo. No he podido escuchar canciones de Víctor nunca más porque me pongo a llorar a gritos. Yo no perdono ni olvido ni nada. Fue muy terrible. Y además perdimos otra gente: alumnos.

¿Cuál era su marca como director?

–Ser excelente. Además, dirigió varias obras de Alejandro y se entendían muy bien. Le sugería cambios que mejoraban la obra. Su dirección de La Remolienda fue genial. Cada vez que la hemos dado, se ha hecho exactamente igual. Porque es como un problema matemático. Tiene que hacerse de tal manera y ahí sale comiquísima y verdadera. Si no, se desequilibra.

A propósito, ¿qué le pareció la versión cinematográfica?

–No la vi…

¿Y no la va a ver?

–Prefiero que no. Esa obra se puede filmar y puede resultar fantástica. Pero leí el libreto (su marido es el autor, así que tenía que darle la autorización) y… Preferí no verla. 

¿Y vio la Vida me mata, donde usted aparece fantasmagóricamente?

–Sí, me gustó. Es bien interesante, muy rara, no se parece a nada que se haya hecho. Tiene problemitas, pero el director es una persona muy buena. Es un cabro muy culto. La recomiendo porque uno se muere de la risa y también llora.

¿Cómo selecciona los proyectos?

–A mí me mandan muchos libretos. De Ricardo Larraín, Fuguet, todo tipo de gente. Pero yo trabajo en algunos nomás. A veces no me gusta el papel o me parece malo el libreto mismo. Si conozco al autor, le digo lo que me parece. Si no, les digo que no nomás.

¿Y a qué ha dicho que sí últimamente?

–A una película de Andrés Wood: La buena vida. Me entiendo regio con él, además es una persona muy seria, muy considerada. Ya había trabajado con él en El Desquite.

¿Que papel tiene?

–¡De una vieja! ¿Qué otro papel voy a hacer? Sea duquesa o campesina, tiene que ser vieja.

Supongo que cuando alguien como Raúl Ruiz quiere ficharla, ahí no revisa el guión.

–Claro, porque no saco nada con leerlo. Raúl después cambia todo.

¿Después de Recta Provincia, que transmitieron por la tele, le piden más autógrafos los lolos?

–No ¡porque a esa hora nadie la veía! En la calle a mí me dicen las cosas más divertidas: el otro día iba por Estado y un tipo se da vuelta y me dice: “¿Usted no era una actriz que había?” Y yo le contesté: “¿Cómo que había? ¿No ve que aquí estoy?”

 

LA MALDICIÓN DE VIVIR MÁS

Comadres suyas de la actuación, como María Cánepa, han pasado a mejor vida. ¿Qué siente al respecto? 

–Sí, qué horror. Pero es una cosa que pasa. Es la maldición de vivir más nomás.

¿Y cómo se vive más, pero bien? Por ejemplo, ¿tiene algún secreto para la memoria?

–Tienes que leer mucho para conservar la memoria. Nosotros nos educamos en liceos en los que había que aprenderse los poemas de memoria. Yo todavía me los sé. Me sé todos los números telefónicos y las direcciones. Pero de otras cosas, no me acuerdo. Veo una película y al día siguiente me tienen que explicar cuál era. 

–Siempre anda con nuevos proyectos. Por ejemplo, ahora se va al sur con Cabeza de Ovni. Y eso no es muy frecuente en personas de su generación.

–Yo creo que el gran error de la gente es jubilar. No tienen para qué hacerlo, si uno tiene que cumplir horarios. Cuando estoy trabajando, me doy tareas: este libro lo termino antes de mañana a las 12. Y lo hago. 

Romina de la Sotta

Christian Stüdemann

Fotos: Gloria Henríquez

Tendencias en pichinas, piletas y manguereos varios

Tendencias en pichinas, piletas y manguereos varios

Por Emilio Antilef

Cierto que tenemos un tremendo litoral que, al menos durante enero, se vio algo alicaído en el número de visitantes. Había malos pronósticos, pero este país, aunque se encuentre en estado de protesta, toma vacaciones y ahí la playa suele ser destino frecuente, ya sea por el día o por unas semanitas. Y así, después de un primer mes complicado, febrero volvió a llenarse de piqueros marinos. Convengamos que ni el más revolucionario de hoy deja pasar febrero y parte a tomar destinos diversos entre la cantidad de buenos paisajes que se gasta el nacional territorio.

Pero hay bolsillos que no dan para eso. Pasa también que las vacaciones son cortas y el recurso a veces alcanza apenas para un fin de semana, con harto melón con vino eso sí. En todas partes quedan rezagados, pero no parecen lamentarlo, especialmente los niños, que suelen hacer fiesta donde sea que haya agua.

Hay desde el clásico manguereo, que aún toma lugar en el pasaje o en patios por doquier, incluyendo el vándalo maldito que abre un entretenido grifo, hasta las pichinas, como las llamamos aquí cariñosamente y que de un tiempo a esta parte han ido disminuyendo en variedad. Siguen brillando clásicos como la Tupahue o Antilén, del San Cristóbal. Más de algún club de campo todavía las luce en lugares como Isla de Maipo o Lonquén, aparte de los parques acuáticos a todo dar y cobrar. Pero han desaparecido muchas de las piscinas de barrio, como la Mundt de Ñuñoa, la Perla de Lo Espejo, La Quintrala de La Reina o los Pocitos de Peñalolén. Por lo tanto, hay que buscar otras opciones y ahí viene el toque guachaca: las piscinas plásticas “fáciles de armas e instalar”, donde los niños pueden remojarse de manera más segura, en su propio jardín. Y además se pueden compartir.

El ingenio chileno ha permitido que, en vez de ollas comunes, la idea de piscina común surja en plazas que vecinos se turnan en cuidar. Incluso los medios dieron a conocer hace poco la que posiblemente sea la iniciativa más digna del Premio Nobel Guachaca del año: la “piscina móvil”, de Ramón Sandoval, emprendedor de Paine que acondicionó uno de sus camiones para brindar a los niños de su zona una alternativa para capear el calor. La alberca con ruedas mide 9 m de largo, 2,5 m de ancho y 1 m de profundidad, y se inspira en un capítulo de Los Simpson.

Crédito: T13

Fue para este mismo segmento, donde abunda harto compipa, que el alcalde Lavín sacó la magna idea de habilitar cuanto chorro hubiese en el municipio de Santiago: en el verano 2001, dieron que hablar estas iniciativas algo reñidas con la salubridad. Parques no muy habilitados se llenaban, aprovechando piletas que no perduraron.

Pero la inquietud estaba y hoy tenemos municipios que pusieron manos más profesionales en el asunto y mantienen juegos acuáticos al gratín en comunas diversas, al menos en la capital, donde los peques y viejurris con alma de niño pueden gozar los ingeniosos juegos de agua del Parque de la Familia de Quinta Normal o del Parque Bicentenario de Recoleta. Hay uno en el parque del Cerro Chena donde los baldes mojan al que pase. En plazas de regiones, el ingenio urbanista también inventa formas semejantes para que el agua fluya hasta los acalorados peatones, y nos recuerdan que, para un buen baño de agua en días de calentamiento global, basta algo de brújula e imaginación.

Chile tiene festival

Chile tiene festival

Por Emilio Antilef

Salvo excepciones nortinas, Chilito y su a veces sufrida franja de tierra no tienen carnaval, pero sí tenemos festival, palabra que en los veranos se repite en toda ciudad que se mande las partes de ser un “atractivo turístico”. En el pasado quedaron las versiones de primavera, porque los festivales hoy son definitivamente para el verano. De sur a norte y de cordillera a mar.

Suena a verso, pero es cierto. La variedad de festivales de verano recorre balnearios y villorrios cordilleranos, orillas de río y ciudades señoriales de provincia. Los hay también con nombre del fruto clásico de la zona, y es así como nos encontraremos con “El festival de la Sandía”, ¿dónde?, en Paine, obviamente, o el “de la Frutilla” de San Pedro, donde podemos degustar ejemplares gigantescos y jugosos.

Hay versiones discretas y otras apoteósicas que se convirtieron en leyenda. Y además hay algunas mutaciones, como las llamadas fiestas. Por ejemplo, en el presente ha ido tomando fama ese evento con el guachacazo nombre de “Fiesta de la Carne y la Leche”, que se celebra en Osorno y que además va aparejada de comistrajos varios. Pero lo que todas estas magnas ocasiones tienen en común es el toque de elegancia y glamour que sus organizadores les intentan dar, con mayor o menor éxito.

Está claro que el más llamativo, internacional y a todo brillo es el Festival de Viña del Mar, que tantos asociamos a la voz por años repetida de Antonio Vodanovic. Por muy lejano que esté Viña de rincones extremos, ese balneario impuso el modelo a seguir. No hay festival que no le lleve alguna competencia de voces o canciones, con un jurado ad hoc que, en los pueblos y capitales provinciales, reúne a lo más granado de la intelectualidad local. Tampoco pueden faltar las transmisiones de equipos móviles para alguna radio con nombre estelar, y ojalá que la animación esté a cargo de un rostro de la tele, aunque sea del pasado remoto en blanco y negro, para darle el caché obligatorio que hace que los alcaldes le den un empujón presupuestario al brillo, que muchos usan como trampolín a la fama.

Si hasta las comunas tienen lo suyo, siempre calcando la fórmula de animadores guapetones más artistas que ven el verano como LA ocasión de llenar sus arcas para el resto del año. De hecho, varios nombres se repiten en los festivales del país, desde consagrados hasta alguno que apenas han rozado un set de TV, pero que en el festival se vuelven estrellas a todo fulgor. Mención aparte merecen los monarcas, reyes o reinas que, tal como en nuestra magna cumbre, se eligen por votaciones de diversa índole. Las reinas, especialmente, solían lucir escasa ropa, requisito para que sus fotos aparecieran en diarios y hasta calendarios. Hoy, más bien se visten de alguna causa en boga.

Todo como parte de esas palabras claves de fiesta o festival que, por unos días, se esfuerzan por llenar el vacío que dejaron los carnavales.  

¿Arde la Quinta?

¿Arde la Quinta?

Por Emilio Antilef

Prometían suspenderlo. Dicen que es un circo ultra comercial, superficial, chabacano y de un cuanto hay. Que es un carnaval de gastos y que refleja mal gusto o baja cultura. Todo esto como un pálido reflejo de lo que se le achaca a la vedette de nuestros festivales, algo ya comentados por acato.

Mientras tanto, el Festival de Viña, al cierre de estas emisiones, le sigue ganando a los agoreros, a los tontos graves, a los chaqueteros y ni sus más implacables jueces, a lo Passalacqua, Montecinos, Lafourcade, han podido vivir para ver su fin. Si hasta coincidir con un terremoto da material de sobra para hacer del evento un clásico que puede dar cuenta de las épocas y sus cambios, y que ha sobrevivido como algo típico de una chilenidad que sueña con volar al mundo y ve en una gaviota, más que una mascota, un emisario que trae el universo musical posible a Chilito.

Si hasta le inventaron alfombra roja, como un show de Hollywood. Y le ponemos atención aunque no queramos. No resulta mucho el dárselas de enemigos del certamen, si al final, para bien o mal, lo comentamos igual. Más aún si trae alguna resonancia polémica, donde la política no se ausenta. El escenario de la Quinta Vergara, aunque quiera, no le puede sacar el traste a la jeringa de lo que esté pasando y este año NO podía ser la excepción. Así es que solamente pónganle atención a los dados que están cargados y, ya lo dijo el puma Rodríguez: hay que escuchar la voz del pueblo, a veces.

La voz de ese pueblo que pifió a los Quilapayún en pleno gobierno de don Chicho Allende, cuando la banda comenzó a torear lo gustos “burgueses” del respetable.

Vox populi que le dio un real aplauso, ya sea por bando militar o clamor espontáneo, a un sonriente y civil Pinochet, o a un Bigote Arrocet dedicándole “Libre”, de Nino Bravo, en versión de rodillas, en esos años en que la transmisión era en blanco y negro.

Más atrás, en los 60, pregúntenle a una tal Gloria Simonetti lo mal que la pasó porque cierto público no perdonaba su linaje de cuna dorada.

Años después, el color se prendió en los televisores para ver a un Manolo González censurado por imitar al Augusto general que llegaba a Taltal

Y en pleno 82, un The Police aterrizaba liderado por un Sting que luego revelaría que el viaje le sirvió para componer “They dance alone”, como homenaje a las madres de detenidos desaparecidos y su “Cueca sola”.

También en la misma década, y a toda cámara, Massiel abogó por el regreso de Patricio Manns desde el exilio y el líder de Mister Mister se las jugó por los artistas amenazados de muerte, provocando la ira de Yolanda Montecinos aquel año 88.

 

Entonces, que ahora digan que el festival viene cargado la verdad es que no tiene nada de novedad, cuando lo que pasa en el país lo salpica igual. Y hasta resulta un fenómeno con algo de profecía: si uno examina atentamente las rutinas recién pasadas de Natalia Valdebenito, Kramer, Bombo Fica o Edo Caroe, ya estaba escrita la crisis que se venía. Por lo tanto, contra viento y marea, concluyamos que Viña tiene festival, pero ese viento y marea siempre salpicarán las aguas de este bodrio, para algunos, y clásico, para todos, que une a guachacas y finolios repletando la quinta o pegados en sus teles.