Recuerdos de un guachaca fundador
El Gran Guaripola y el Catador de Bondades, dos de los tres fundadores de la Fermentación.
Raúl Porto fue uno de los tres padres de la Fermentación, allá en las postrimerías del siglo XX. Por años ostentó el cargo de Catador de Bondades, ayudó a forjar nuestra mitología y aportó las mejores tallas. Es también uno de nuestros guachacas caídos en combate, en el combate de la vida. Cuando cumplimos diez años en 2008, Porto escribió las siguientes líneas, que fueron publicadas en el también extinto periódico El Guachaca.
Qué jodidos son los recuerdos, o qué lamentable es nuestra forma de recordar. Nos gusta agrandar todo, le damos un carácter épico a las cosas más sencillas e insignificantes, tratando de que luzcan a la altura de lo que somos y que nos sirvan para justificar nuestras acciones del presente. Digo esto en el momento en que termino de escribir un segundo libro sobre los Guachacas, que lleva por título “¡Ni un vaso atrás!” Y me ha tocado hacer recuerdos y jugar con la memoria mía y la de otros.
Hace diez años, entre tragos y sueños, entre copas y más copas, sin más respaldo que una escurridiza amistad, adquirimos la cuota necesaria de demencia creativa y la audacia de reírnos en las mismas narices de los cuicos.
Con el apoyo de infaltables compadres, manteniendo una férrea soberbia frente a los críticos y escépticos de siempre, iniciamos un camino que no sabíamos adónde nos llevaría, y que aún hoy nos preguntamos si nos lleva a alguna parte.
Todavía nos interrogamos: si fue un copete iluminador, si aquella memorable noche en El Biógrafo recibimos algún don especial o acaso extrañas fuerzas sobrenaturales nos entregaron la maravillosa misión de darle vida a los Guachacas. Porque resulta raro creer que, entre dos borrachos y medio, surja una buena idea, que además se lleve a la práctica y que funcione. ¡De no creerlo!
Si además usted tiene la mala o buena suerte de conocer a Dióscoro Rojas, a Raúl Porto o a Andrés Meneses, no creo que tenga problemas en pensar que hay fuerzas superiores presentes en todo esto. Porque si no, ¿cómo?
Fue hace diez años. Ahora, con los ojos del tiempo, todo resulta más claro y más poético. Hasta los tropezones. Como la vez en que nos faltaban sillas para la Primera Cumbre, allá en La Perrera, en 1997, y uno de los presentes se levantó y dijo: “Yo tengo la solución, conozco al director de un colegio subvencionado que nos puede pasar las sillas”. Claro, sólo necesitaba 50 lucas para el flete. Entre todos, reunimos la suma y se la entregamos. Nunca más lo volvimos a ver. ¿Cómo enojarse a estas alturas? ¿Qué sería nuestra historia sin ése y otros tantos capítulos que nos han ayudado a construir la mística guachaca?
Chao, Manu Chao
En una de las tantas cervezas de los jueves en la tarde, surgió una discusión sobre lo nuevo que había en la música popular. Obvio que cada uno tenía sus favoritos, pero en el mismo momento en que uno lograba dar la opinión, los otros lo aportillaban. No quedó músico con cabeza. Cuando parecía que terminábamos en empate técnico, Andrés Meneses hizo una acalorada defensa de Manu Chau. No sabemos si fue el fervor de sus palabras, la solidez de sus argumentos o el que se haya ofrecido para pagar la otra ronda lo que nos llevó a coincidir con él y por esa tarde estuvimos de acuerdo en que lo más grande, original y propositivo en términos musicales era Manu Chao.
Los guachacas nos dimos el lujo de echar a Manu Chao, sin querer queriendo.
–¿Saben la última? –nos comentó Dióscoro dos días después.
–No la sabemos, pero de seguro tú la vas a contar –respondió Meneses.
–Manu Chau está en Chile, tiene un recital en el Teatro Caupolicán y de ahí se va a la Cumbre Guachaca. Dice que es lo único que quiere ver.
–¿No les dije que era lo más grande y el más atinado? –sonrió eufórico Meneses. Estábamos en La Perrera, en el segundo día de la Cumbre Guachaca, a eso de las dos de la madrugada. Estaba lleno total, ni las moscas encontraban espacio para volar. De pronto, en la puerta, se produce un alboroto. Meneses partió de inmediato a ver de qué se trataba. Y se encontró con unos personajes bastante extraños: pelo mohicano, pantalones cortos, bototos, dos andaban a pecho descubierto y no les entraba ni un tatuaje más en el cuerpo.
–¡Ya! ¡Ya! Jóvenes, se acabó la función por esta noche, no puede entrar más gente. Así que pa’ afuerita. ¡Chaíto nomás!
Uno de ellos trató de explicar algo, pero Meneses estaba implacable.
–Ya, jóvenes, se acabó la función. Vamos despejando.
Y logró que los muchachos se retiraran. Dióscoro alcanzó a gritar del otro lado del local:
–Meneses, ¿no te gustaba tanto Manu Chau? ¿Y ahora los estás echando a la calle?
Meneses no podía creerlo, tuvimos que correr como dos cuadras para ir a buscarlo, pedirle disculpas, ofrecerle un terremoto e invitarlo oficialmente a la próxima Cumbre Guachaca. No sabemos si volvió al año siguiente. Meneses nunca más se ofreció para vigilar la puerta.
Cuestión de seguridad
–Dióscoro, ahora que nos cambiamos a la Estación Mapocho, tenemos que preocuparnos un poco más de la seguridad del local.
Dióscoro, asumiendo que era algo importante, tomó el teléfono, marcó de memoria un número y habló:
–Buenos días señorita, quisiera hablar con Ricardo Lagos (…) No nada especial. Llamo de mi casa. Soy amigo de él. (…) ¿Cómo que si lo conozco? Nos criamos juntos con este niñito. (…) Dióscoro Rojas es mi nombre, nos conocemos de hace años. Imagínese que yo le presenté a su señora esposa. (…) ¿Me va a pasar con su secretaria? ¡Mire qué le ha ido bien a este muchacho! Yo lo conocí cuando los dos andábamos a pata pelá.
A esas alturas, yo tiritaba entero, hasta creo que derramé un poco de tinto sobre el mantel ¿No estaría exagerando? No sería una broma de Dióscoro. ¿Por qué no me había contado antes que era tan amigo de Ricardo Lagos?
–Buenos días señorita, ¿usted es la secretaria de Ricardo Lagos? (…) Le ha ido bien a este chiquillo. Ya he pasado por dos secretarias para hablar con él. Bueno se lo merece, tan trabajador que nos salió. (…) Aunque no era tan bueno para el estudio. Hasta me copiaba las tareas (…) ¡Pufff! Nos conocemos más de treinta años.
De pronto, Dióscoro, se pone pálido y tapa el auricular.
–Dice que el Presidente está en una reunión, pero como somos tan amigos le va a pasar la llamada.
–Pero eso querías tú…
–Hueón, estaba llamando a un amigo que se llama Ricardo Lagos y es guardia de seguridad. No sé qué hago hablando con el Palacio de Gobierno.
–¡Aló! ¡Aló! No cuelgue, el Presidente le va a contestar.
Eso fue lo último que alcanzamos a escuchar, antes de salir soplados al boliche más cercano a servirnos un pipeñito con un poco de litio para regular el biorritmo.
Raúl Porto, 2008
“Ahora que nos cambiamos a la estación, tenemos que preocuparnos más de la seguridad”.